Abismos

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Por Erik Alfonso Escudero Martínez
 
ERA 1999 Y LA UNIVERSIDAD Y LA REVOLUCIÓN FINALMENTE HABÍAN TRIUNFADO. Era 1999 y el destino y la historia nos brindaron los elementos suficientes para quebrar la realidad. Conocí a Dora Mora en esos abismos, en los abismos de la existencia, en la senda que a menudo recorren las putas y los asesinos. 
Esta historia se desarrolló antes, durante y después de la huelga en la UNAM. Esta historia le pertenece a Dora. Es la historia de Dora Mora pero también es nuestra historia la historia de toda una generación. Una generación perdida entre el exceso y la nulidad, una generación de mierda. Es la historia de un sacrificio enorme pero también es la historia de una mentira terrible.
Conocí a Dora Mora en el otoño de 1997, ese fue el año en que ambos nos matriculamos en Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursamos el primer semestre juntos y puede decirse que nos agradábamos. Éramos amigos, eso es, amigos en la misma senda. Los eventos que acontecieron durante los primeros cuatro semestres de nuestra preparación universitaria carecen de importancia o los he olvidado ahora. Algunas veces nos encontrábamos casualmente inscritos en la misma materia y con el mismo profesor. A veces la encontraba en alguna fiesta y hablábamos un rato y después intercambiábamos algunas drogas; a ella le gustaban los depresores y los opiáceos, a mi me gustaban los barbitúricos y las anfetaminas. Nuestra amistad era para todo fin práctico superficial. Y entonces llegó 1999 y estalló la huelga.
Lo recuerdo. Lo recuerdo ahora y me estremezco. Un lunes de abril llegué a la Facultad y me encontré con la noticia de la suspensión de clases. Ni mis amigos ni yo le tomamos la menor importancia. En ese tiempo, y también ahora, estoy seguro, los estudiantes de cuarto y quinto semestre éramos una mierda. No teníamos héroes, no teníamos historia; la mayoría rondábamos los 19 o los 20 años y el porvenir del mundo nos tenia sin cuidado, en realidad lo único que nos importaba era embriagarnos los viernes y de ser posible conseguir algo de speed. La mitad éramos apolíticos hasta la nausea y la otra mitad éramos revolucionarios pedantes y pretenciosos. La huelga era, como ya lo he mencionado, intrascendente y vulgar y entonces la ví. Ví a Dora Mora en la planta baja de edificio A, el pelo revuelto, delgadísima, con cara de no haber dormido en tres días, sosteniendo un libro viejo y arrugado en la mano izquierda y un Delicado sin filtro en la derecha, y sentí algo, un algo que circulaba o que se perneaba en el ambiente; un fuerte sentimiento de duda o de premonición.
                -¿ya te enteraste?-
-ya-
-¿qué vas a hacer?-
-desaparecer… Me voy a Sonora, voy a estudiar fotografía-
Y entonces la realidad dio un vuelco. Algo hizo crac, y el edificio A y Dora y 1999 y la Facultad de Ciencias Políticas se desvanecieron, y me ví a mi mismo en el año 2008, un escritor del planeta Yocnor persiguiendo al fantasma de una fotógrafa espacial.
EN ESTA HORA TRISTE VENGO A CONTAR LO QUE NUNCA DEBIÓ PASAR y que, infortunadamente, tuve que presenciar. Mi nombre es Dora Mora de Santos, fotógrafa independiente del Imparcial, Diario de derechas del D.F. Sexta división. Ahora vivo en San Andrés, Sonora, pero hace menos de medio año residía en la Ciudad de México. Si alguien me pregunta ahora, qué es lo que hago aquí, en este rincón del tiempo, en esta coyuntura entre el abismo y la existencia, no podría responderle; pero si esa misma persona me mira con los ojos adecuados, con la suficiente mirada, se dará cuenta de que yo no acabe aquí, este lugar acabo en mí.
                San Andrés se encuentra muy cerca del desierto de Sonora, limita con el estado de Chihuahua y con una parte del Río Bravo. Es una pequeña comunidad de apenas 800 personas, aunque cada vez son más los que abandonan este poblado de putas y asesinos. No estoy siendo emotiva, no malinterpreten mi epitafio, este poblado se erigió en 1928 como  un campo de refugiados de la Revolución, muy poco después, cuando se dieron cuenta de la ineficacia del terreno para cultivar cualquier cosa, se convirtió en lugar de paso para las alimañas que sobrevivieron a los años 20. Putas y asesinos. Compatriotas de ambos bandos. Gusanos en la misma senda. En 1945, este lugar se había convertido en un pueblo fantasma abarcado en su totalidad por burdeles y puteros. Muchos asesinos a sueldo y traficantes residían en este lugar. Un dato curioso que se conserva en la Biblioteca municipal de Sonora reporta que hacia 1950 una nueva serie de personajes se mudó a San Andrés: un par de reconocidas brujas y practicantes del ocultismo que fueron expulsadas de Santa Teresa, Chihuahua. La tradición popular asegura que en represalia las brujas tomaron la vida de varios bebes de Santa Teresa. En los archivos forenses del Estado de Sonora aún se conservan fotografías de bebes destazados, aunque por supuesto nunca se pudo comprometer a ninguna persona por el asesinato de por lo menos 20 bebes. Para el 52 los poblados de los alrededores de San Andrés declaraban abiertamente el temor y recelo que profesaban hacia este lugar. Las historias crecían; nahuales asesinos que recorrían todo Sonora robando las provisiones de las personas; asesinos a sueldo que eran contratados por el gobierno norteamericano; brujas desnudas que volaban en la noche robándose a los bebes para preparar sus conjuros; putas infectas esparciendo la enfermedad.
                En mayo de 1953 el bebe de Angélica Ramírez fue sustraído de su cuna, en Santa Teresa. La familia Ramírez era de las primeras en llegar a Sonora, una de las familias más respetadas y queridas en Santa Teresa. La búsqueda del bebe de Angélica se alargó hasta los siete días. Cercana la noche de ese ultimo día de búsqueda, no muy lejos de un nacimiento de agua, se encontró el cuerpecito de Rogelio Ramírez de siete meses. Le habían arrancado los brazos y las piernas y su cara presentaba signos de estrangulamiento; el cráneo se encontraba fracturado y deformado, como si se le hubiera succionado con una maquina hidroesferica. El bebe no tenia una sola gota de sangre en su cuerpo. No había duda, una bruja le había chupado la sangre y el corazón. Dos meses después del entierro de su bebe, Angélica murió de dolor. Su familia y su esposo Alberto la enterraron una tarde de julio y no mucho tiempo después Alberto visitó un putero de San Andrés, pago a una chica y una vez acabado le disparó en la frente y después se dio un tiro en el corazón.
En agosto de ese mismo año en la parroquia de Santa teresa el padre Roberto y los habitantes del pueblo tomaron una decisión. Ese mismo día tomaron armas de fuego, antorchas y se encaminaron a San Andrés. Le prendieron fuego a todas las chozas y a todos los puteros. A los asesinos los encontraron borrachos y los quemaron vivos. A las brujas las hirvieron en un par de calderos apropiados para la ocasión. Había algunos niños y algunas niñas, hijos de putas y asesinos y la gente de Santa Teresa pensó que no era posible permitirles vivir, cuando crecieran se convertirían en putas y asesinos. Les arrancaron los brazos a las niñas y los brazos a los niños. Formaron a las putas viejas y a las putas jóvenes en contra de una pared y les dispararon en la frente. Degollaron a todo animal que estuviera dentro del perímetro de San Andrés. Esperaron una semana en ese pueblo y los asesinos que volvían del norte  fueron emboscados y fusilados.
                Ninguna autoridad estatal o federal se molesto en hacer justicia o siquiera en investigar el incidente. Usos y costumbres concluyeron algunos peritajes. Sólo una familia sobrevivió a esa masacre: la familia Santiago, familiares lejanos del padre Roberto. La gente de Santa teresa los miró con recelo pero les permitió vivir, porque el único hombre de Dios en Sonora se los pidió. El padre Roberto bendijo las ruinas calientes de San Andrés y con la ayuda de los habitantes de Santa Teresa erigió una parroquia en aquel desierto y muy pronto comenzaron a llegar personas de todos lado, personas buenas que necesitaban un lugar en donde vivir, y muy pronto aquella carnicería fue olvidada. 
En diciembre de 2007, un padre de San Andrés acusó a la Familia Santiago que residía en ese poblado de brujería y satanismo. Los inculpó de todos los males que aquejaban a San Andrés, sequías, desapariciones, asesinatos. La mitad de los Habitantes de San Andrés asesinaron y torturaron a la familia Santiago durante dos días y una célula del la policía municipal de Sonora tuvo que acordonar la zona y dispersar a la gente. Yo me encontraba junto con otro reportero, entonces mi novio, cubriendo la premiación del certamen de cuento en Sonora y por alguna razón terminamos en San Andrés visitando un par de burdeles cuando todo ocurrió. Yo ví como le disparaban en la frente a una muchacha que se llamaba Marina.
DURANTE LA HUELGA ELLA SE FUE A ESTUDIAR FOTOGRAFÍA a Sonora y yo me quedé en el D.F a intentar ser escritor. Nunca más volvimos a la Universidad. Publiqué algunos libros, gané un par de premios. Un par de accidentes, una serie de equívocos postergados hasta la nausea. En la premiación del 28 certamen de Cuento en Sonora me tope con ella. No había cambiado mucho. Delgada, de maneras delicadas e introvertidas, el pelo rojizo y revuelto; extrañamente bellísima. Nos encontramos y nos sonreímos y hablamos de los tiempos pasados, de los tiempos perdidos, de lo que queríamos ser y de lo que al final acabo sólo en potencia.  Trabajaba como fotógrafa freelance, no recuerdo en dónde, era feliz, le gustaba su trabajo, le gustaba viajar y el reportero al que acompañaba era su novio de manera que las cosas le funcionaban. Trato de recordar si alguna vez le ví el rostro a su novio-acompañante pero no lo consigo. Me dijo que el trabajo para la nota del Diario había terminado y que dedicarían uno o dos días a recorrer Sonora. Me dio un beso en la mejilla y la ví salir junto con el reportero del Convento de San Fernando en dónde se realizó la ceremonia. Planeaba quedarme 15 días en Sonora para tomar apuntes para mi siguiente libro. Pensaba que nunca más la volvería a ver.
       Quince días después la encontré en una cantina cerca de Agua Blanca. No se encontraba bien, la ví sentada cerca de la barra con un tequila en las manos y la vista perdida. Me acerqué, la saludé y me senté a su lado. Pareció alegrarse un poco. Estuvimos en silencio alrededor de veinte minutos y cuando me disponía a marcharme me tomó del brazo y me dijo: ‘’escucha’’ y yo escuche. La escuche hablar en una tonalidad desigual, informe, como si su voz se encontrara filtrada a través de un radio. Me hablo de brujas y de nahuales, de ciudades de horror y muerte. De relaciones disfuncionales entre reporteros, de desiertos que te secaban el alma, de mentiras y galaxias lejanas. La escuche durante un largo rato y por alguna razón pensé en tiempos pasados, quise saber si hace diez años hubiera entendido lo que una fotógrafa fantasma me decía ahora. Pero por alguna razón el recuerdo de Dora y el mió propio en 1999 se me desdibujaban. Ojala hubiera podido decirle algo, algo lindo o inteligente. Pague tres tequilas y le pedí uno más y salí de aquella cantina y de Sonora. Nunca más la volví a ver.  
NO HAY SOLUCIÓN POSIBLE PARA EL HORROR DEL PASADO. Mi nombre es Dora Mora de Santos y vivo en un desierto. En 1999 presencié los mayores crímenes, las más grandes tragedias. Éramos jóvenes y podíamos renovar el mundo. Y nunca libramos batallas de verdad. Nunca conocimos el amor. Pero lo único importante era la unidad. Pensábamos que prevalecería, nuestros maestros nos enseñaron a imaginar, a crear nuevos mundos pero nos imposibilitaron la observación de la realidad. Somos una generación de escritores, de artistas profundos. Aún no sé cómo pero lo hicieron, nos jodieron la existencia. Los buenos y los malos, las alimañas que creíamos en el mañana y en el futuro. Ahora los resultados nos rebasan, generaciones de mierda, eternos infantes, caprichosos y maleducados despojos. 1999 fue el punto álgido para una generación, para varias, mejor dicho. 1999 nos define. Putas y asesinos en la misma senda, en la senda de las mentiras y las fantasías benévolas, hemos esperado demasiado al próximo Octavio Paz, al siguiente Diego Rivera, bueno, malas noticias, chicos, lo que sigue es una inevitable y extensa llanura, un desierto inabarcable; una ciudad fantasma, una continua sucesión de equívocos; una radiografía de los abismos de la existencia, una panorámica de los nahuales que habitan los rincones del desierto de Sonora, las penas de Rulfo, las putas de México Distrito Federal.         
 
Erik Alfonso Escudero Martínez
Ciencias de la comunicación
Tercer semestre
vamosacaer@hotmail.com

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